domingo, 15 de marzo de 2015

Madres que se acuestan con sus hijos

Parece ser un fenómeno sociológico muy extendido que muchas jóvenes madres separadas o divorciadas se encamen con sus hijos, sean estos hembras o varones.  Se trata de una unidad familiar monoparental donde la criatura actúa como un apéndice de la madre, que sustituye al padre.
En la fantasmática del niño se inscribe algo así como:  "mamá ha dejado a papá para quedarse conmigo; ahora tengo más mamá que antes y a mi no me puede dejar".  También puede estar presente un cierto sentimiento de culpa por desplazar al padre, del que no es tan consciente.

Comentaba un colega en una reunión de trabajo que uno de sus pacientes separado de su pareja, acudía al gimnasio acompañado de su hija de 8 años, y ésta permanecía con él en las duchas porque no tenía con quién dejarla.  Parecía no ser consciente del impacto traumatizante de la visión de los genitales de los hombres adultos, sobre su pequeña.  Hoy en día se está dando carácter de normalidad a ciertas conductas  por el simple hecho de que se den con cierta frecuencia o aparezcan en los medios, como la televisión:  se normaliza que los niños mueran de hambre o de enfermedades curables, que muchas personas pierdan sus extremidades como causa de las bombas de racimo, que la gente se insulte o veje en los platós de programas sensacionalistas, que los actos de violencia aparezcan a todas horas y hasta en la sopa, que no haya ningún respeto inter generacional o que la gente consuma drogas o destruya sus vidas.

Este tipo de madre inmadura y seductora, se degrada sin saberlo ante sus hijos y el trato mutuo circula entre las partes infantiles de ambos. La concomitante regresión emocional implica el borrado de las diferencias generacionales y el otorgamiento al menor de un rol adultiforme que no le corresponde.  Lejos de ofrecerle seguridad, esa intrusión del mundo adulto en su mundo infantil le crea inseguridad y desconfianza, incrementa sus fantasías omnipotentes y, a partir de ahí, sus conductas derivan hacia la total sumisión y pasividad o hacia la tiranía y los comportamientos caprichosos y desafiantes.  La sobrecarga libidinal  incrementa sus tensiones internas, nerviosismo e irascibilidad, con la consecuente afectación a la hora de conciliar el sueño.  Se torna un individuo muy dependiente y suele rehusar actividades que le alejen del entorno materno, generando múltiples fobias.  ¿Son estas consecuencias lo que la madre busca inconscientemente?  ¿Desea un hijo que no le abandone de por vida aunque acabe siendo un vínculo destructivo? ¿Busca un seguro contra su soledad?

Son madres que se sienten solas y angustiadas y se acuestan con sus hijos para calmar sus miedos e inseguridades y que no lo hacen de mala fe o con ocultas intenciones, sino que son un producto más de esta sociedad que nos ha sumido en el miedo, la desconfianza mutua y el individualismo a ultranza.  Me traen a consulta a un niño de 10 años, de aspecto asténico, angustiado y excitado. Su madre duerme con él desde que abandonó a su padre, hace ya siete años.  Ella reconoce que tiene muchos miedos y que por eso duermen juntos. No han querido enfrentarse a su propia y necesaria separación y han optado por separarse de mi, no acudiendo a una segunda entrevista. La gente busca la ayuda a la carta, que les quiten las angustias sin renunciar a nada y para ello acuden al profesional que les diga lo que quieren escuchar.

La falta de espacio físico cuando se incrementa el número de hijos, el consiguiente hacinamiento de millones de hogares, ha forzado la cohabitación de los padres con sus hijos o demás parientes, de los hermanos sin distinción de género, de nietos con sus abuelos, de sobrinos con sus tíos. Esta no discriminación de espacios y de roles ha forjado las vicisitudes de la sexualidad de cada cual y sus consecuencias en formas de neurosis, fóbias, aversiones y respuestas caracteriales, las hemos podido constatar en nuestras consultas cuando hemos recibido a esos pocos afortunados que han podido permitirse una terapia.

Al niño que pernocta a diario con su madre se le hace depositario de una carga libidinal de la que no podrá desprenderse, como apuntaba el doctor Laplanche, en referencia al "significante enigmático" que yace en el inconsciente de la madre.  Una madre que está convencida de que no hay nada nocivo en esa conducta, sino al contrario, que hace sentir a su retoño más protegido; desmentida ésta incapaz de colegir que la pasión-violencia de los adultos es devastadora para el mundo de la ternura infantil.
Como apuntara Sándor Ferenczi allá por el 1909, el colecho entre hermanos varones acentúa las tendencias naturales bisexuales hacia el lado homosexual, como huellas psicosexuales que podrían encontrar una posterior expresión.

Al doctor Ferenczi debemos la afirmación de que:  "las tentaciones y los peligros que amenazan a la juventud provienen a menudo de sus propios padres y educadores" y añade "no es raro que el niño sea la víctima de disimuladas actividades sexuales por parte de parientes mayores".  Otra cosa es el colecho durante el primer año de vida, período en el que el bebé necesita la doble envoltura de la piel epidérmica y la piel sonora y arrulladora de la madre, en presencia del padre también.  Ahí no hay trauma siempre que al bebé se le vaya habituando a dormir sólo en su propio espacio, al inicio en la misma habitación y posteriormente en otro espacio asignado para el infans. Si el retoño llora se le puede ir a calmar en su cuna y quedarse con él o ella hasta que se tranquilice.  Algo más mayorcitos puede ser un premio que vengan a jugar un rato a la cama de los papás un día feriado, pero luego, cada mochuelo a su olivo, que la intimidad parental debe ser preservada siempre. Los hijos vienen a unirse a la pareja, no a separarla, como ocurre en muchas ocasiones.

El trauma ocurre cuando ese acercamiento al niño está propiciado por nuestros miedos, inseguridades u ocultas intenciones, que acabamos luego desmintiendo y actuando como si nada hubiese pasado. Es esa mentira unida a la negación del hecho, lo que confunde al niño y lo marca.  Hay toda una generación de mamás nacidas con posterioridad a 1975 que lo están haciendo fatal con sus hijos, no poniéndoles límites, evitándoles todo tipo de frustraciones y, en definitiva, fabricando príncipes y princesitas con los que acaban "casándose". Un desastre del que se hacen eco las escuelas y los departamentos de psicopatología. Un auténtico desafío porque además serán niños inanalizables.
Pero pese a todo, estamos a punto de entrar en una nueva primavera y es que este planeta no escarmienta y nosotros menos.

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