sábado, 7 de noviembre de 2015

El preservativo cortocircuita la pasión

Una pareja se enzarza en el juego amoroso, sus cuerpos tiemblan, se agitan, exudan. El deseo y la pasión del encuentro te sumergen en el cuerpo del otro.
Hay empuje a la unidad indiferenciada, a la fisión de la piel y la ruptura de toda geografía mental que asigne  barreras o fronteras.
Campo libre, esporas al viento, los ojos tratan de ver más allá de la muerte y sus miradas se desgastan hasta rendir la luz.
En el fragor de la batalla para la que la mujer y el hombre han sido realmente diseñados, se ven conminados a darle una pequeña tregua al sentido común, a lo real inminente: puedes gozar del coito pero no debes quedar embarazada, tener hijos en Europa sale muy caro, no es como en Rabat, Bombay o Dempasar, por citar tres lugares o culturas donde la vida tiene prioridad ante los objetos económicos.

Aparece entonces el preservativo cortocicuitando la alta tensión pasional, algo así como echarle bromuro al deseo o, aún peor, actúa la marcha atrás, que subvierte la inevitable implosión, en una aspersión de semen en territorio no fértil. Cierto es que el preservativo aparece ya en los antiguos sumerios o en el pueblo egipcio, pero en el contexto de la protección de la mujer cuya vida corría peligro, caso de un nuevo embarazo.

Un escrito de la periodista Maite Rodriguez en La Vanguardia del miércoles 4 de noviembre del año en curso, comenta un estudio sobre 1570 estudiantes de bachillerato y Formación Profesional de Barcelona entre 2004 y 2012, en relación a los métodos anticonceptivos usados.
Pues bien, una de sus conclusiones es que el uso del condón entre los 17 y los 19 años ha bajado del 80.5% al 68.3%, en ese período de 8 años.  ¿Necesitamos de la amenaza del SIDA o de la sífilis, para usarlo?
La tan cacareada Ley de Salud Sexual y Reproductiva de la Interrupción Voluntaria del Embarazo del 2010, sigue siendo una vieja declaración de intenciones muy parecida a la de recortar las tremendas desigualdades sociales existentes.

No es un tema de falta de información al respecto, que erróneamente los jóvenes buscan casi exclusivamente por internet, sino de formación, de crecimiento personal, de envoltura libidinal grupal. Se trata del gran tema aún no resuelto de qué es un hombre (todos) o de qué hablamos al decir mujer (no-toda) y de la enorme complejidad y misterio que envuelven el amor, el deseo y el cuerpo-de-la-falta.  Aclaro que los paréntesis exponen muy sucintamente la forma con la que el psicoanalista francés, Jacques Lacan enuncia al Hombre como "todos-los-hombres", en contraposición a la Mujer, como "no-toda", refrendando la mayor complejidad del género femenino frente al masculino.

Debemos hacer reflexionar a nuestro jóvenes en la gran diferencia que existe entre erotismo, pornografía y una sexualidad que incluye el amor y el respeto por uno mismo y por el otro.
No vaya a ser que en pocos años se harten de follar, como arte masturbatorio mutuo y sigan sin saber qué es "hacer el amor", que no es lo mismo.
Parece preocupante constatar en los tiempos que corren una cierta aceleración en la mujer, demandante de encuentros sexuales con chicos y chicas, a edades muy tempranas. El "chunda-chunda" de vida "on line" se está saltando la sana etapa de la latencia, en perjuicio de esos niños entre los 11 y 13 años, a quienes la salida de la familia y la inclusión en la pandilla, les iba preparando poco a poco para ese primer encuentro largamente soñado y fantaseado.  Nos estamos cargando la imaginación, la insinuación, el cortejo, el fantaseo y todas las artes de paulatina aproximación al otro. Ahora funciona el "a saco Paco".  Todo se embadurna de una urgencia y brusquedad muy alejada de la ternura necesaria para el amor, lo que está generando mucha angustia, fobias y desajustes de personalidad entre la juventud (anorexia, adicciones y cuadros obsesivos o personalidades límites (borderlines).

¡Qué tiempos aquellos los del amor cortés!, del piropo fino y elegante, de la aproximación pausada y asustada de las manos y los labios, del vertiginoso entrelazamiento de las miradas, que en un día futuro te llevaban a desvelar el encuentro de los cuerpos desnudos, te invitaban a morir gozando en el interior del otro a quien amas y donde el hijo se configura en el orden del deseo y no de una amenaza, que quizá deba ser abortada. El preservativo  cortocircuita la pasión necesaria del acto porque introduce un corte en su espontaneidad y, por otro lado, las mucosas de contacto de ambos partenaires son reactivas a esa segunda piel de látex o a cualquier corpúsculo ajeno a lo biológico humano.