Hace años que, entre crispado y angustiado, disfruté de "Funny games", magnífico film de Michael Haneke, que me temo no podré olvidar nunca. El director contrapone en el inicio de forma magistral lo que es una familia "comme il faut", generadora de amor, proveedora de confianza, mitigadora del dolor mental y facilitadora de la creación de pensamiento, tal como sabiamente expone el Dr. Donald Meltzer.
Una familia feliz, Unión Originaria en estado puro (padre, madre e hijo), que se apoyan y construyen mutuamente tal como nos relata el Dr.Pérez-Sánchez en su observación de bebés. Se dirigen a su lugar de veraneo, un idílico paraje de bosques y lagos, mientras divisan a distancia a la familia vecina, que ya ha sido secuestrada por el mal, aunque eso no se perciba a simple vista. No el mal intrínseco en ellos mismos, sino el mal, la perversidad y la crueldad venidos de fuera, de nuestra heterogénea biomasa humana.
Un par de "encantadores" jóvenes psicopatones están gozando sádicamente de la destrucción del vínculo de bondad que unía a esa familia, controlando sus vidas y voluntades hasta llevarlos a la destrucción y la muerte. Excelente trabajo de dirección y guión por parte de Haneke, que exhibe también la aparente belleza estética de la maldad, cuando aún no hemos sido tocados por ella...los vecinos amigos junto a dos jóvenes rigurosamente vestidos de blanco, sobre el césped del edén. Ellos lo desconocen, pero están a punto de ser las siguientes víctimas de estos "okupas", ocupados a su vez por el agridulce veneno de la destructividad.
Aquí predomina la violencia psíquica sobre la física, pues el psicópata convierte el mal en arte, por lo que su trabajo debe ser refinado (con guantes blancos de golf_o), eficaz (cuanto más daño mejor), silencioso (mucho dolor y poco ruido) y esperan además el agradecimiento de sus víctimas, por haber sido los elegidos. En torno a la controversia de si el psicópata es un enfermo mental o no, lo primero que uno piensa es que para actuar así hay que estar enfermo, pero yo argumento que para estar enfermo hay que haber estado sano previamente, y el psicópata nunca lo estuvo. Yo creo que el psicópata nace sin la posibilidad de conocer o sentir el amor.
Violencia física la justa para amedrantar a la víctima y tenerla dócil, sumisa y asustada. El goce por excelencia radica en adueñarse de la vida y la voluntad de la persona hasta degradarla al estatus de objeto inanimado (éxtasis omnipotente), tenerla a merced de sus caprichos y deseos. Lo repetitivo del juego lleva al aburrimiento, por lo que hay que matarles para buscar una nueva víctima para jugar a un juego que dominan perfectamente y al que nunca pierden. Ellos se convierten en los dueños de tu vida (¡¡dioses!!) y deciden cuando quitártela.
Es mi deseo a modo de conclusión, dejar clara mi tesis de que hay una forma de violencia de baja intensidad al servicio de la reestructuración del equilibrio perdido, de la recuperación de una homeostasis, o el castigo y reparación de los efectos de una conducta ofensiva, actuando como correctivo disciplinario.
La violencia no deja de ser una respuesta humana que presupone el fracaso de la función simbólica y mediadora del pensamiento y el lenguaje. Reprobable y no deseable, pero al mismo tiempo inevitable, dadas nuestras limitaciones. No olvidemos que hace miles de años lo resolvíamos todo a garrotazos.
Las personas maduras y estables psicológicamente imprimen más firmeza en sus determinaciones, y evitan en lo posible la respuesta violenta. Más carácter y menos fuerza sería lo esbozado. Sin embargo, una persona no debe desestimarla como último recurso, o de lo contrario, sacrificaría uno de los rasgos que le dan confianza a si misma. Es el cachete que alzamos como última amenaza y que deseamos no tener que usar.
La violencia actual generalizada es producto, entre otras causas, de la desigualdad e injusticia humana. El Sistema necesita de un sujeto individualista, consumista e insolidario, en tanto que la preservación del mundo y de la especie humana pasa por el sujeto solidario, que sienta el mundo como una gran comunidad de todos, en la que hemos de repartir sus riquezas, pero también los problemas y responsabilidades. Hay que crear trabajo y bienestar en África para que no vengan a ahogarse en masa en el Mediterráneo o a quedar colgados como jamones en vallas navajeadas.
Señores encorbatados firman leyes y acuerdos que siembran vientos que germinan futuras tempestades. La violencia no siempre es visible y se camufla a menudo entre togas y birretes, entre porcelana china y cristal de bohemia. La violencia y el asesinato como el de Isabel Carrasco son consubstanciales al ejercicio del poder. La Historia se ha nutrido de asesinatos, magnicidios, atentados, traiciones, golpes bajos, injurias, calumnias, mentiras, envidias, simientes todas ellas germinadoras de violencia.
Quien acumula poder de decisión sobre las personas, hace acopio también de enemigos potenciales, que codiciosos de poder y resentidos por quedar descolgados del pódium de los elegidos, están en disposición de arrebatar violentamente la vida de quien proyecten como culpable y causante de su ruina y fracaso.
Si etiquetamos a las personas con rótulos de mercancía desechable tales como "los anarquistas", "los anti sistema" o "los violentos", estamos descalificando el mensaje que nos quieren transmitir dichos colectivos. Nos muestran las feas señales del acto violento, pero se nos niega la escucha de sus argumentos. Hemos de escucharnos los unos a los otros como única manera de frenar la respuesta violenta, que en la mayoría de las ocasiones es el reflejo de la impotencia para cambiar las cosas que funcionan mal y que son muchas.
Vivimos en tiempos de fundamentalismos de todo tipo (políticos, religiosos, científicos, ideológicos, etcétera) que no favorecen en nada el clima de diálogo necesario, del que os hablaba antes. Quizás sean tiempos de transición hacia algo mejor de lo que tenemos, pero me temo que devendrá a base de grandes dósis de violencia, como ocurriera en otras épocas de la historia. Hemos de reinstaurar el sujeto dialéctico de las utopías e ideologías y finiquitar el de los absolutismos. Recuperar el sujeto responsable de su vida y de sus actos; frenar el declive de la función paterna que tanto daño y patología está causando en estos momentos. Hay que acabar con el imperativo categórico que mana desde el poder, consistente en: ¡goza sin límites!, que asesinó la idea de esfuerzo y sacrificio, que lleva a que les preguntemos a nuestros hijos si se lo han pasado bien en el colegio, en lugar de preguntarles si se han portado bien y han aprendido muchas cosas, tal como nos comentaba nuestro colega Dr.Manuel Baldiz. TODOS manos a la obra, que hay más trabajo que paro, aunque éste será remunerado con algo más valioso que el dinero, la DICHA humana.
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