"Nos hallamos en la era del ocaso irreversible del padre, pero estamos también en la era de Telémaco; las nuevas generaciones observan el mar aguardando que algo del padre regrese. Pero esta esperanza no es una parálisis melancólica. Las nuevas generaciones están comprometidas -al igual que Telémaco (hijo de Ulises y Penélope)- en lograr el movimiento singular de reconquista de su propio porvenir, de su propia herencia".
Hermosas y acertadas reflexiones del psicoanalista Massimo Recalcati en su esclarecedora obra recién publicada bajo el título de "El complejo de Telémaco" (Anagrama). El cree en los jóvenes-Telémaco de hoy en día, de herencia desposeídos, carentes de futuro, observadores pasivos de la destrucción de la experiencia, de la caída del deseo, de la esclavitud al goce mortífero, del desempleo, deprimidos y conscientes del desamparo que produce estar bajo la tutela de unos padres que quieren ser tus colegas y van por la vida perdidos y angustiados.
Porque nuestros jóvenes necesitan de un padre, pero no el padre déspota y autoritario que se erige él mismo como la Ley e impone su brutalidad; ese tipo de padre que ya tuvimos suficientemente representado durante la dictadura franquista, sino un padre portador del deseo y del orden simbólico de la Ley de la palabra, un padre también sometido a esa ley y a la castración simbólica.
Nuestra sociedad ha matado al padre tirano y brutal, pero ha dejado huérfano al hijo, no le ha dado a cambio ese otro padre del que os hablaba anteriormente, tan necesario para transmitir la herencia del orden simbólico de una vida plena de sentido, no expuesta al goce mortífero imperante y a la autodestrucción.
La Mujer ha entendido su libertad como el máximo alejamiento del Hombre de la órbita de sus intereses. Esa vivencia subjetiva de ser "usadas y tiradas" como las compresas, la han revertido sobre los hombres, tomando de ellos la semillita para procrear sus hijos , la manutención de la prole y poquito más. Los restos quedan para su propia satisfacción sexual o narcisista de ser deseadas.
Le ha negado al hombre-padre el rol simbólico que le corresponde en la estructura familiar, el transmisor del deseo y posibilitador de la tercerización que desencalla la simbiosis madre-hijo.
Esa pérdida de peso específico del hombre como tal en la cadena reproductora, tanto económica como familiar, le está llevando a interrogarse sobre qué es ser un hombre y el consiguiente vaciamiento de sentido lo está cargando de violencia interna, que en algunos de ellos es repercutida sobre la mujer, a quién consideran la culpable de la pérdida de su lugar como esposo, como padre y de su ruina económica.
El caso más reciente que ha llegado a mis oídos es el de ese profesor de música que ha arrojado por el balcón a una bebita de 18 meses, al ser sorprendido abusando sexualmente de ella, por la madre de la criatura, quien había pasado la noche con él y fue también agredida.
Son demasiados despropósitos juntos: desde pasar una noche loca con un desconocido, hasta llevar consigo a su bebé. Una madre desprotegida de marido y una bebé-Telémaco, que ni siquiera sabía que esperaba un padre, un buen padre amoroso, mientras ese sátrapa sexual se apoderaba del reino de su inocencia y arrojaba su vida por la ventana. Esperemos que las mujeres se conciencien de que ese uso parcial que hacen del hombre, no es ningún triunfo, sino que simplemente le han quitado una pata a la mesa y ahora el equilibrio es más inestable para todos.
Escritos de psicología y de opinión de un Psicólogo Clínico formado en Ciencias Sociales y Políticas
viernes, 29 de enero de 2016
El torero, su vástago y la vaquilla de la suerte
Hemos transitado del "twist and shout" (retuércete y grita) de los Beatles de los ´60, al vivo saltando de escándalo en escándalo, en el gran juego de la Oca "Spain is different" y el Estratego globalizado.
De los cuatro evangelistas que explican la vida de Jesús de Nazaret, Lucas tiene al toro alado como símbolo de la fuerza, sosteniendo un ejemplar del evangelio. El toro y el delfín son dos animales mediterráneos por excelencia. Aparecen en la cultura minoica cretense, representados en sus frescos o a través de la figura del Minotauro en su laberíntico hábitat. También el delfín se erige como el animal mamífero más representativo del mar Egeo, y ambos han sido objeto de juegos y otras lides.
Se saltaba sobre los toros, pero no se les sacrificaba, eran animales semi divinos, con correspondencias astronómicas y astrológicas.
El toro ha perdido en la península ibérica sus atributos divinos y se le respeta más como la "fuerza" a batir. Un poderío superior al del hombre, quien en su lance con el animal, tratará de vencerlo son sus habilidades y astucias ganadas para el arte.
Todo este preámbulo viene a cuento por una imagen que circula estos días del torero Fran Rivera sosteniendo a su hija en alto, mientras daba unos capotes a una vaquilla, que no a un toro de lidia. A bote pronto da la sensación perceptiva de que el torero alza la niña para que no sea cogida por el animal, en un acto propio de un padre irresponsable. A la imagen le falta una explicación que la haga comprensible, nos guste o no su argumentación, es más creo que no debió de ser difundida al público en general, como acto íntimo que era. El próximo paso es que publiquen fotos mientras defecan.
Si pensamos ese encuadre como un ritual fálico iniciático donde se perpetua el deseo y la pasión por la vida, en la que un padre carga de sentido su oficio y le otorga un valor transgeneracional, nos vemos obligados a conceptualizar el acto desde otra perspectiva de pensamiento, independientemente de que no coincida con nuestros principios y valores. Lo que simboliza ese ritual es todo lo contrario de lo que le acusa la gente : "Por ti, hija mía, me voy a jugar la vida en cada corrida".
Esa bella estampa no se entiende alejada de los conceptos de linaje, saga, estirpe y oficio que reta a la muerte. Ya sé que algunos van a cuestionar si el toreo es un oficio, un arte o un "matador" de toros. No es un tema como para lucirse en los tiempos confusos que corren, donde todo funciona del revés.
De niño me llevaron a una corrida de toros en La Monumental de Barcelona, de la que guardo un vago recuerdo, pero me atrevo a aseguraros, en mi condición actual de higo seco, que lo peor que puede pasar en una corrida no es que muera el toro o el torero, sino que no se produzca esa breve historia cargada de pasión en el linde entre la vida y la muerte, que se desata entre ambos. Lo peor de todo es el desencuentro, el eclipse de la llamada de sus partes animal en ese trágico juego-combate, en el que uno de los dos dejará la vida, y , en ocasiones, ambos.
El error y el horror de esta instantánea consiste en que se haya hecho pública, ese desenmarcarse del espacio íntimo y privado al que está adscrita, ese lugar privilegiado propio de las ceremonias, de los rituales y demás liturgias ancestrales.
La sociedad ha percibido esta imagen como consumidora de escándalos que es. Una chusma ávida de exabruptos compulsivamente buscados a diario en los "reality shows" o en la telebasura a la carta.
Acción-reacción, la peña acéfala, apenas digerido lo que para ella era un escándalo, pasa a satisfacer su parte envidiosa y querulante, vomitando en los juzgados lo tragado sin digerir ni pensar.
Esta sociedad talibanizada, cada vez me escandaliza más y, al igual que ellos, yo también les denuncio, aunque no en los juzgados. Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo, pero antes, piensa un poquito y quizá preserves también la vista.
Saludos y salud para todos aquellos a quienes les ha escandalizado más que vuelva a ser el más votado en España, el partido con mayor corrupción de toda nuestra historia. Así nos va.
De los cuatro evangelistas que explican la vida de Jesús de Nazaret, Lucas tiene al toro alado como símbolo de la fuerza, sosteniendo un ejemplar del evangelio. El toro y el delfín son dos animales mediterráneos por excelencia. Aparecen en la cultura minoica cretense, representados en sus frescos o a través de la figura del Minotauro en su laberíntico hábitat. También el delfín se erige como el animal mamífero más representativo del mar Egeo, y ambos han sido objeto de juegos y otras lides.
Se saltaba sobre los toros, pero no se les sacrificaba, eran animales semi divinos, con correspondencias astronómicas y astrológicas.
El toro ha perdido en la península ibérica sus atributos divinos y se le respeta más como la "fuerza" a batir. Un poderío superior al del hombre, quien en su lance con el animal, tratará de vencerlo son sus habilidades y astucias ganadas para el arte.
Todo este preámbulo viene a cuento por una imagen que circula estos días del torero Fran Rivera sosteniendo a su hija en alto, mientras daba unos capotes a una vaquilla, que no a un toro de lidia. A bote pronto da la sensación perceptiva de que el torero alza la niña para que no sea cogida por el animal, en un acto propio de un padre irresponsable. A la imagen le falta una explicación que la haga comprensible, nos guste o no su argumentación, es más creo que no debió de ser difundida al público en general, como acto íntimo que era. El próximo paso es que publiquen fotos mientras defecan.
Si pensamos ese encuadre como un ritual fálico iniciático donde se perpetua el deseo y la pasión por la vida, en la que un padre carga de sentido su oficio y le otorga un valor transgeneracional, nos vemos obligados a conceptualizar el acto desde otra perspectiva de pensamiento, independientemente de que no coincida con nuestros principios y valores. Lo que simboliza ese ritual es todo lo contrario de lo que le acusa la gente : "Por ti, hija mía, me voy a jugar la vida en cada corrida".
Esa bella estampa no se entiende alejada de los conceptos de linaje, saga, estirpe y oficio que reta a la muerte. Ya sé que algunos van a cuestionar si el toreo es un oficio, un arte o un "matador" de toros. No es un tema como para lucirse en los tiempos confusos que corren, donde todo funciona del revés.
De niño me llevaron a una corrida de toros en La Monumental de Barcelona, de la que guardo un vago recuerdo, pero me atrevo a aseguraros, en mi condición actual de higo seco, que lo peor que puede pasar en una corrida no es que muera el toro o el torero, sino que no se produzca esa breve historia cargada de pasión en el linde entre la vida y la muerte, que se desata entre ambos. Lo peor de todo es el desencuentro, el eclipse de la llamada de sus partes animal en ese trágico juego-combate, en el que uno de los dos dejará la vida, y , en ocasiones, ambos.
El error y el horror de esta instantánea consiste en que se haya hecho pública, ese desenmarcarse del espacio íntimo y privado al que está adscrita, ese lugar privilegiado propio de las ceremonias, de los rituales y demás liturgias ancestrales.
La sociedad ha percibido esta imagen como consumidora de escándalos que es. Una chusma ávida de exabruptos compulsivamente buscados a diario en los "reality shows" o en la telebasura a la carta.
Acción-reacción, la peña acéfala, apenas digerido lo que para ella era un escándalo, pasa a satisfacer su parte envidiosa y querulante, vomitando en los juzgados lo tragado sin digerir ni pensar.
Esta sociedad talibanizada, cada vez me escandaliza más y, al igual que ellos, yo también les denuncio, aunque no en los juzgados. Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo, pero antes, piensa un poquito y quizá preserves también la vista.
Saludos y salud para todos aquellos a quienes les ha escandalizado más que vuelva a ser el más votado en España, el partido con mayor corrupción de toda nuestra historia. Así nos va.
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