domingo, 31 de marzo de 2013

Princesitas, reinas y vasallos

Niñas princesitas han existido siempre y no me estoy refiriendo a las monarquías. Es bastante frecuente un perfil de madre muy narcisista que fabrica copias "mejoradas" de sí misma, ocupando la niña un yo-ideal, que la madre nunca alcanzó. A partir de la década de los ´80 hemos asistido a una producción masiva de dicho fenómeno psico-sociológico, de consecuencias nefastas para la unidad familiar originaria. Que la Mujer como colectivo necesitaba desprenderse de las esquirlas que producía en ella una estructura de poder esencialmente falocrática, machista y discriminadora, era del todo evidente.

Sin embargo, como suele ocurrir, los humanos, cuando derribamos algo, no dejamos títere con cabeza, cegados por la ira y el revanchismo. No nos conformamos con borrar el sello del anterior faraón, para colocar el nuevo, sino que nos cargamos el obelisco entero. No se trataba de acabar con el Hombre como género, al completo, sino de desposeerlo de un exceso de poder, de su prepotencia y arrogancia, casi excluyente del género femenino en los ámbitos de poder y toma de decisiones.

Hubieron reacciones activas y contestatarias por parte del colectivo Mujeres, junto a otras más pasivas o de índole subjetivo, como es el caso que nos ocupa, el de la "mamá-fábrica-de-princesitas". ¿Qué entiendo por princesita? Se trataría de una niña que ha crecido ad-mirándose en los ojos-espejo de una mamá ambivalente con el hombre, al que utiliza para sus fines y lo excluye esencialmente de la educación de la niña. ¡Ya no me sirves! ¡Pusiste tu espermatozoide y ya te puedes ir! Han sido jovencitas a las que  mamá no quería decirles que no a nada, para no frustarlas. Niñas sin una clara asunción de los límites, de lo que está bien o está  mal y escasa conciencia de las necesidades del otro.

Una niña mimada y consentida por una madre fálica, insatisfecha e inmadura. Una madre que "castra" a los hijos varones, cuando los hay, de una forma muy sibilina, que consiste en "inutilizarlos". Será el hombre "inútil" del futuro, de identidad confusa, abandonado a su pulsionalidad y a la llamada de las adicciones.
Esas princesitas crecen con el mantra no verbalizado explicitamente de: "no necesitarás de los hombres, los utilizarás y fabricarás otra princesita".  Son nenitas estúpidas, entrometidas, egocéntricas, resabiadas, perspicaces, desconfiadas y crueles. Nos cueste o no aceptarlo, las madres transmiten a sus hijas la imagen inconsciente que tienen del hombre, que, a su vez, refuerzan con determinadas actitudes y comportamientos.

Cuando llegan a la adolescencia, también le pasan factura a mamá-reina, sometiéndolas, manipulándolas y tratándolas de forma déspota y tiránica. Han carecido de Padre-Ley y si hay cualquier otro tutor masculino, es también mal-tratado como un vasallo al que se vampiriza. Quizá sean bonitas y atractivas, pero se comportan como auténticas brujas que van destrozando chicos sin ningún miramiento. Hemos pasado en unos pocos años, de las chicas "tampax" a los chicos "cleenex" (publicidad gratuita)

La "mujer-no-toda" de Lacan, que quiere decir algo así como que no hay dos mujeres iguales, frente a "todos-los-hombres", igualitos,  con una sola neurona en la punta del capullo. La mujer "continente" y, por lo tanto, inmensamente voraz, envidiosa e insaciable. Tanto, que puede devorarse a sí misma (anorexia), o tragarse el mundo y luego escupirlo o vomitarlo (bulimia)  La Mujer con una capacidad de goce y destructividad infinitamente superior a la del Hombre, más previsible, ingenuo y acotado.

La Mujer fundó nuestra cultura y la familia como armazón social que la sostiene, y va camino de cargárselo todo, con la ayuda del varón sádico, cínico, falto de ética y psicopatón Homo-economicus. Cada vez hay más familias monoparentales y combinaciones híbridas de todo tipo. Quizá, tal como señala Silvia Fendrik en su hermoso y rompedor libro "El falo enamorado", estábamos equivocados dándole tanta importancia al complejo de Edipo, cuando la clave del crecimiento mental no neurótico, pasa por el "matricidio", que no tiene nada que ver con matar mujeres, sino la necesidad de "matar" a esa madre que no te deja crecer y que te quiere sólo para ella, convirtiéndote en "princesita" o en un niño "inútil", fifi y apollardado.

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