domingo, 30 de enero de 2011

¿Por qué nos cuesta tanto entrar en terapia?

Se recomienda su lectura escuchando la canción "This world" de Steve Hackett en su album "To watch the storms". Permitidme estas salidas de tono que suelo introducir en mis escritos con la intención de hacerlos más amenos y de no ocultaros algún rasgo de mi personalidad, como el sentido irónico y la mordacidad de mis críticas. Según una web oficial guatemalteca, mi nahual es 4 Tijaax, es decir, "el filo de la espada y el filo en la palabra, el que media entre las partes sanas y enfermas de las personas", entre otras cosas más, no todas positivas. Quizá tengan razón y nada sea casual en esta vida, sino que todo tenga un sentido y un por qué, aunque lo ignoremos.
Utilizo la palabra "entrar" de forma intencionada para señalar las angustias claustrofóbicas que se anticipan cuando uno va a meterse en algo desconocido y prevee ciertos peligros y amenazas. Me refiero concretamente a las turbulencias emocionales que pudieran desatarse, lo que trasladado al espacio físico, sería algo así como acceder a un ascensor y temer quedar atrapado en su interior.
Arrastramos sufrimientos con los que nos hemos acostumbrado a convivir, nos sentimos angustiados sin motivo aparente, siempre apresurados, nuestras ideas y deseos son confusos, nuestros sentimientos contradictorios. A menudo es un único y molesto síntoma el que nos acompaña, algo indeseado, algo que nos inunda y nuestro "yo" se siente impotente para erradicarlo. Pues bien, todo ese malestar y dolor psíquico y físico parecen no ser lo suficientemente persuasivos para movernos a consultar con un profesional de la psicología.
Todo este conjunto de cosas, que van siempre aparejadas de nuestras partes inseguras, de una baja autoestima, de una falta de sentido a nuestra existencia, nos hacen sentir especialmente vulnerables: ¿en manos de quién me pongo?
Depositar la confianza en un profesional para que se haga cargo de nuestra salud mental, de nuestro sufrimiento y emocionalidad y nos guíe por el laberinto de nuestro ser, es un acto de valentía y de riesgo que induce a muchas personas a buscar un psicoterapéuta del que hayan recibido recomendaciones previas. Tal ocurre también cuando nuestra salud requiere de algún especialista que deba intervenir en nuestro cuerpo y tememos un error médico.
Nos agarramos a una larga lista de "peros" antes de dar el paso y consultar, se trata de un empuje que tropieza con muchas resistencias, una de ellas el dinero. Nunca hay dinero para una terapia, cualquier objeto inanimado merece más la pena nuestro dinero que dedicarlo a combatir el sufrimiento psicológico.
¿Habrá que aceptar que nos gusta sufrir? ¿Será que a nuestra parte más narcisista le repatea el hígado haber de necesitar ayuda ejena?. Les voy a decir una verdad que no es propaganda y ha sido el comentario que más he escuchado por boca de la gente que pasó por una terapia exitosa:
"Ha sido el dinero mejor empleado de mi vida". Cuando uno logra estar bien consigo mismo, el tiempo y dinero usados para ello, parece no importar.
Otra resistencia se deriva de saber que tendrá de hablar uno de sus cosas íntimas y personales, el tener que evocar recuerdos dolorosos y confrontarnos con las partes feas de nuestra personalidad. Salvo que hagamos algún otro tipo de terapia como la Cognitivo-Conductual y entonces pintaremos nuestra casa por fuera sin rascar las paredes del interior y sin comprender el por qué de las humedades. Las terapias psicoanalíticas propician un cambio interno y la comprensión subjetiva de lo que nos estaba pasando, mientras que la cognitivo-conductual propicia el cambio de las conductas desde el "yo" exclusivamente. Ustedes deben decidir qué tipo de terapia quieren hacer y su grado de participación en la misma. Como ven me remito a las dos técnicas terapéuticas más extendidas en el mundo occidental.
Volviendo a las humedades que ascienden del suelo y el subsuelo, permitánme que les comente algunos aspectos de la primera entrevista que mantuve con un antiguo paciente adulto, que entraba en la treintena y había estado varios años demorando la solicitud de ayuda, entre otras cosas, por la naturaleza "avengonzante" de los hechos que había vivido en su tierna infancia. Sufría angustias de despersonalización debido a fallas primarias en el cierre identitario. Durante muchos años temió ser homosexual aunque su actividad masturbatoria se dirigía al cuerpo de la mujer.
La terapia le permitió ejercer la capacidad de pensar y elaborar allí donde antaño se veía desbordado por conductas compulsivas y evacuatorias, dirigidas a mitigar la angustia. Hoy en día está felizmente casado, tiene hijos y un trabajo que aun conserva, a pesar de los tiempos que corren.
Hablando de tiempos les diré que los países también tienen "mente" y que no es otra que la resultante del conjunto de su población y de sus accciones, por activa y por pasiva.
Los alemanes han tenido que elaborar su pasado nazi y los norteamericanos han tenido que "digerir" su Camboya y su Vietnám. Ahora les esperan todas las atrocidades que han cometido y siguen cometiendo en Irak.
Pues bien, ya ven lo que le pasa a un país como el nuestro que ha estado funcionando en la idea maníaca de la construcción desaforada, que no es más que un pobre miserable con ínfulas de Imperio al estilo del S.XVI y que no elabora ni analiza sus errores del pasado inmediato, léase la Guerra Civil de 1936-39, o los de un pasado más lejano, el de ese Imperio donde nunca se ponía el sol y se llegaron a creer que ya lo tenían todo, de la cantidad de oro que le habían robado en tierras de América. ¡Que inventen otros!, tóma castaña, con un par de cojones.
Lo que acaban pagando las naciones lo pagan también las personas cuando no se enfrentan a su propio derrumbe psicológico; no podemos ser mínimamente felices ni en el amor ni en el trabajo, como ya dijera S. Freud y hoy nos refrescan en un anuncio publicitario.
Ya que he sacado el tema, aprovecho para mostrales otra resistencia a entrar en terapia, ésta de cariz cultural y sociológico que consiste en transmitir a la ciudadanía el mensaje de que no debemos preocuparnos de nuestro sufrimiento psicológico-existencial, pues existe una pastilla para cada tipo de displacer o malestar. Usted no tiene que hacer ningún trabajo y esfuerzo para curarse, símplemente abra la boca y trague.
Si su hijo con 10 años aun moja la cama (enuresis), entréguenos su culito que nosotros le fabricaremos un pañal a su medida. A la medida de esas mamás regresantes que quieren seguir teniendo hijos bebés de por vida.
No señores, no. Ese niño o niña enurético tiene conflictos psicológicos internos que no se disuelven sólos como el detergente, sino que reaparecerán en la dolescencia con más virulencia. ¡Ya está bien de tratarnos a todos como a imbéciles! Quizás esas estrategias valgan para la población media norteamericana (saludo a quienes me leen desde allí) que la tienen embobada y adormecida con el biberón de la Gran Potencia, pero no debiera vales para España, curtido en todas las miserias y grandezas posibles, un país que en los años de la efímera República, era un puntal en la cultura europea, al menos en Catalunya.
Luchen contra la alienación, no se dejen idiotizar y lean, lean mucho. Pero volvamos a la otra realidad, a la interna, a nuestra vivencia subjetiva del mundo. Les expongo a continuación parte del relato que dicho paciente me musitó con la voz entrecortada y deshaciendo contínuos nudos en la garganta:
"Mi infancia fue difícil y,en conjunto, no puedo decir que fuese feliz. Habitaba una vivienda dentro de un almacén industrial, con un suelo de tierra prensada que lo recuerdo siempre rezumando humedad. Era un barrio muy humilde en tiempos de miseria tras la Guerra Civil española. Gentes desaliñadas, borrachos y trifulcas eran frecuentes en aquellas calles, aunque no en mi casa.
Mis padres eran inmigrantes, gente honrada y trabajadora que empleaban más de 12 horas al día en su subsistencia y que recuerdo como mi padre aun tenía tiempo los domingos para confeccionar algunas escobas de palmito para uso doméstico y sacar algunas perrillas vendiendo las sobrantes.
Cuando apenas sobrepasaba el año de vida, mi madre enfermó y estuvo a punto de morir, le llegaron a dar la extremaunción. Mis padres no podían dedicarnos mucho tiempo a mi hermana y a mí, por lo que callejeábamos fuera del horario escolar.
Los niños de hoy salen poco a la calle y nosotros quizá teníamos en exceso, pues luego he visto que quedé expuesto a determinados desaprensivos.
Pasaba ratos en otras casas y recuerdo que los tocamientos sexuales fueron frecuentes con algunos adolescentes y adultos del barrio. A veces era a mi sólo y otras en compañía de otra vecinita del barrio. Cuando tienes entre 8 y 11 años no sabes cómo interpretar todas esas cosas, pero imagino que quedan dentro de uno y salen más adelante.
Esos acercamientos también se dieron por parte de nuestro médico de familia y de un maestro. A los 7 años padecí una polio y según dijeron los médicos a mis padres, fui de los pocos casos en Barcelona que no quedaron cojos o tullidos. Aun así tuve que llevar unos tirantes ortopédicos durante muchos años y unas botas especiales con alzas. Supongo que todo eso afectó también a mi autoestima y me convirtió en un niño solitario y triste.
Decían que era guapo e inteligente y que cuidaba muy bien a mi perro Dick que me fue entregado cuando apenas tenía unas cuantas semanas. En el almacén vivían también numerosos gatos que criaban sobre los sacos y mantenían una distancia recelosa, nunca me gustaron del todo. En el patio trasero mis padres criaban gallinas, patos y conejos.
A los 12 años me sentí atraído por una niña de mi clase y el maestro me abofeteó porque interceptó una nota mía en la que le decía que era muy guapa.
Cuando entré en la adolescencia no estaba nada seguro de mi identidad sexual y me llevaron a un afamado psiquiatra biologicista que me atiborró de hormonas masculinas, convirtiéndome en el "ambiguo" más peludo y de voz varonil de toda Barcelona. Recuerdo que me orinaba en la cama por las noches hasta avanzada edad... creo que usted ya se va haciendo una idea de mis conflictos y espero que me ayude a entenderlos..."
No piensen que la patología es directamente proporcional a la gravedad o a la cantidad de traumas sufridos en la infancia, eso depende de muchos otros factores en los que no voy a entrar aquí.
Este caso que les expuse me ha hecho pensar en un hermoso libro de la Dra. Milagros Oregui, titulado ¿Por qué no pasa el pasado? en el que nos habla, entre muchas otras cosas, de que provenimos de generaciones que vivieron una guerra civil en la que se habían faltado todos al respeto y atacado el psiquismo de cada cual. Se cometieron todo tipo de atrocidades y las consecuencias de todo ello está presente, de alguna manera, en las patologías psicológicas actuales.
¿Podían las hormonas resolver los problemas de identidad sexual de mi paciente? Obviamente no. Maldita la psiquiatría cuando es exclusivamente biológica, maldita cuando se ensañó con sus electro-shocks, maldita cuando practicaba lobotomías u otro tipo de extirpaciones.
Otra de las resistencias proviene de la gravedad que muchas personas otorgan a sus padecimientos y temen ser tomados por locos ¡Yo no estoy loco! exclaman la mayoría cuando se les aconseja que busquen ayuda psicológica. ¡Ya te escucharé yo y me pagas a mí! aconsejan sus sabios amigos. ¡Para confesarte ves al cura y te sale gratis!, otra "feliz" expresión muy extendida. Son nuestras partes sanas las que nos acaban metiendo en terapia, a las partes insanas ya les está bien ese status quo, ese goce y beneficio secundario que aporta toda enfermedad.
Las terapias no son rápidas nii lentas, tienen su propio tiempo. Son numerosos los aspectos y variables que están en juego y dependerá su curso en el tiempo de la interrelación de todas ellas. La terapia es un compromiso entre dos mentes o más, cuyas vicisitudes deben construir entre ambos y lo que sí os garantizo es que la experiencia vale la pena y puede llegar a ser un antes y un después en vuestras vidas.
Gracias y suerte. Os agradeceré vuestros comentarios y si queréis orientarme sobre temas concretos que os interesen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario