Me pides pan para lo que te queda de viaje, a mí que ando siempre hambriento de lánguidos atardeceres y apenas puedo con estas botas, manchadas del barro de lo abyecto.
Te sientas a decapar el tiempo, recostada del lado occidental de la vida, sin una estación en la que esperar el tren que te lleve al pasado aunque sea con billete de tercera, en asientos de madera y máquina de vapor que llora carbonilla. Sin un paso a nivel, sin una barrera donde agostar las angustias del aquí y ahora, sin un cambio de agujas hacia vías muertas en las que hacer esperar a los vagones de mercancías dolorosas y peligrosas y poder dar prioridad a los trenes de los buenos pasajeros.
Pasajeros como esos sueños trufados de frutas del bosque y almibarados con las lágrimas del último adiós donde todo parecía tan al alcance de la mano, tan hiper real y eterno.
Quisiera ser cada día esa palangana de agua clara en la que lavas tus mejillas y los ojos se te empapan del reflejo de la luna cuando buscas a tu amado en el rubor de las estrellas...
... agua pura y cristalina
cae como dulce sentencia
de la bella jueza del alba;
los luceros aún se estremecen
en la nieve de tu ausencia.
Busco tu rastro en cada gota,
algún indicio amizclado de tu voz,
ansío atraparte con la mirada
como agarra el silbido al minero enamorado,
como la honda abraza a su piedra.
Pasaremos la tarde desde la sencillez de una taza de malta con migajas de pan, mientras la temblorosa mano de la abuela zurce en los calcetines el agujero negro de la monotonía.
Huelen a húmedos nuestros recuerdos a pesar de que hace mucho que no llueven ilusiones. Quizá con la naftalina de tus besos no enmohezcan.
Hoy, como de ordinario, vamos a proseguir con ese tapiz de Penélope hecho de la misma sustancia que nuestros sueños, esa malla de lazos emocionales que se hace y deshace a cada instante. Imprecaremos a Amon-Ra ese gusano-sendero directo al Orión de nuestro amor.
Ya no hay más tiempo que perder con las palabras, se impone amasar silencios y hornearlos con las vivencias de nuestros sentidos. Hemos de deshuesar los recuerdos y trufarlos del estremecimiento al despertar junto a su cuerpo. Hemos de pernoctar en las comisuras de tus labios esbozando esa sonrisa que reventaba al alba. Hemos de seguir las trazas de tus miradas como ventanas abiertas a un maizal de poemas.
Basta ya de palabras para mitigar el vacío, un cuenco de nada en el que apenas cabíamos desnudos los dos y esa pizca de tiempo que se colaba por las rendijas, como brisa repleta de vida.
Me pides pan para soportar una vida de espaldas a un nuevo amor, una vida acostumbrada a fronteras de engañosa cartografía, una vida hecha al caudaloso río que arrambla hacia el delta a quienes se ahogaron en sus propios ideales.
Me habría gustado verte llorar por las noches mientras los enterrabas dignamente. No me cabe la menor duda de que te hubiese abrazado al ser arrastrados por la corriente hacia la anhelada orilla de la esperanza. Los dos sabemos que cuando se fue Ramón, ya había cruzado todas las fronteras y todas las naciones desde su inquieta imaginación...
... "Emociover"· me embarga
cuando ato mis recuerdos
a la manija de esa puerta
que tus labios dejaron entornada.
No hay espera más larga
que el beso que nunca llega,
que la lágrima estancada
en mis ojos siempre resecos.
Vamos a plantar flores para el reencuentro. Jacintos, petunias, lilas y azucenas. Elige las que prefieras para tan angelical momento. Cualquier perfume o aroma quedará eclipsado cuando vuestras energías se atraigan de nuevo.
No olvides durante el invierno arrancar las malas hierbas y dejar algo de comida para los gorriones, que los pájaros son pequeñas almas que nos traen sus bendiciones. Que corra el agua, que fluyan tus deseos, y cuando te llamen del otro lado, no te olvides de cerrar la puerta, no se vayan a escapar los besos.
Ramón Meseguer Albiac (Quinto de Ebro 1928 - Barcelona 2012) fue un gran psicoanalista y poeta. Profesor de Universidad y doctor en Filosofía. Como dramaturgo le han sido publicadas sus obras "Pasta viviente" y "Tu voz y tu presencia", y como poeta "Elegía por una sociedad maligna", "Vozfulguravoz" y "Resurrección de la tierra y otros poemas". Escribió también una tan surrealista como profunda novela titulada "El penúltimo profeta".
Un prohombre a quien tuve el honor de conocer, tratar y escribir los prólogos de la obra teatral y poética por encargo de su sobrina y escritora Merche Llop.
En el homenaje póstumo que se le tributó el pasado 26 de enero en Barcelona, fue presentado también el libro recopilatorio de sus experiencias de psicoanálisis grupal compartido con el Dr. Ramón Andreu Anglada y titulado "Acerca de la terapia psicoanalítica grupal". Su recuerdo y su impronta nos acompañarán mientras haya vida y memoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario