Mientras los políticos y demás habitantes de la cámara acorazada del poder pasaban sus días pensando todas las argucias posibles para incrementar sus fortunas personales y las mil maneras de blindarse ante la amenaza de ser descubiertos, entretanto, repito, los hermanos Aísa, Ferrán y Manel, dejaban sus pestañas pegadas en los libros de Historia del Movimiento Obrero y la causa Anarquista.
Ante tanta inmundicia, siempre es un soplo de aire fresco comprobar que no todos corren como diablos tras el vil metal, sino que existen muchas personas, que como los hermanos Aísa, han criado canas tratando de comprender el mundo y pensando en cómo mejorarlo. Les conocí en el Ateneo Enciclopédico Popular, sito en el antiguo edificio de la Caridad, de la calle Montalegre de Barcelona. Yo iba de engreído pipiolo que creía saber mucho de la vida, cuando no era más que un pardillo idealista. Acudía a las reuniones con mi amigo Pizarro, cuyo padre había muerto en el campo de concentración de Mathaussen. Nos acogieron en su sección literaria, donde en su revista "El vaixell blanc" podíamos publicar nuestros poemas. Con el tiempo armamos también un equipo de fútbol sala, bastante competitivo.
Pocos conocen como Ferrán y Manel, la Historia del Movimiento Libertario de Catalunya y España, por algo son los depositarios del Archivo Histórico del Anarquismo en la península ibérica, tesoro cultural que se ha visto mermado por algún que otro robo, a mano de los canallas de siempre.
El ataque masivo que está sufriendo la clase obrera en la actualidad, despojada sistemáticamente de todos los derechos adquiridos, fruto de la lucha contra el Capital, habría sido impensable en los años ´60 ó ´70, donde cualquier gesto de amenaza era respondido con barricadas, encierros y enfrentamientos contra los brazos armados del Sistema.
La gente tenía conciencia de clase y los obreros estaban orgullosos de serlo. Es ese un plus de refuerzo de la identidad del individuo, pues le inscribe socialmente en el lugar que le corresponde y le otorga la fuerza de un colectivo. Escasos son los asalariados que se sienten obreros en nuestros días, nos hemos desclasado, adocenado y enajenado, aunque a ese híbrido cibernético le llamen hombre postmoderno, hombre líquido, amorfo, adicto a todo tipo de cosas, excepto a la libertad. El hombre que no sabe ni puede estar a solas consigo mismo, porque quedó a medio hacer y le vence la angustia.
Tampoco hay que caer en un cierto "obrerismo" de antaño que pretendía excluir a los intelectuales del ámbito de la lucha obrera, so pretexto de que no tenían las manos manchadas de grasa. Para ellos sólo existían los de arriba (dirigentes, enchufados y lame culos del Amo) y los de abajo (obreros, desposeidos y demás parias de la Tierra).
La realidad es mucho más compleja que todo eso, pero hay elementos para pensar que la disolución de la lucha de clases ha representado la pérdida de un referente integrador y amalgamador de las mayorías humildes y de la clase obrera en particular; tal como la caída del muro de Berlín ha significado la pérdida de cierta contención del Capital, que tras la eliminación del telón de acero y el final de la guerra fría, campa a sus anchas.
Reivindico por lo tanto el retorno de las utopías, pues tengamos presente que así como los Mitos ayudan a entender los orígenes de la Humanidad, la lucha por lo que hoy se nos antojan Utopías, son nuestra mayor garantía de futuro.
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