lunes, 16 de mayo de 2011

La calle como escenario de lo insólito y abyecto. !Señora¡, ¿quiere follar conmigo?

Las calles no envejecen, se comportan como serpientes que, de tanto en tanto, mudan de piel y siempre conservan vestigios de la anterior. Cambia la tramoya, el "atrezzo", la iluminación. Antidiluvianas quedaron las antorchas, las lámparas de parafina, los quinqués de gasolina o de carburo. Ahora se imponen los neones, las luces halógenas o los modernos "leds" ¿debiéramos llamarles microbombillas?
Pero haya luz o no, la calle pertenece a los jóvenes. Cuando la calle era mía y, sin yo saberlo, la compartía con Don Fraga Iribarne, antiguo Ministro del Interior del Régimen franquista y, posteriormente, Ministro de Información y Turismo (nuestra gran industria), había una escuálida bombilla en cada esquina, de 40 ó 60 vátios, a lo sumo.

Ni que decir tiene que reinaba la penumbra, aunque siempre había algún voluntario que se cargaba alguna de esas solitarias bombillas de una pedrada o con el tirachinas, con tal de asegurarnos la intimidad necesaria para jugar a "médicos y enfermeras" con las vecinitas o hablar de aquellas cosas que despertaban nuestra curiosidad. Hablábamos mucho en comparación con los niños de ahora, únicamente orientados a la acción.

Es cierto que las drogas aún nos eran desconocidas, pero visto desde el aquí y ahora, no nos hubieran hecho falta para divertirnos, todo era duro y difícil pero generábamos cantidad de experiencias emocionales que han dado sentido a nuestras vidas.
De hecho, la naturaleza humana nos provee de la sexualidad, que debiere ser suficiente fuente de goce como para no tener que refugiarnos en estupefaccientes que nos abotargan y despersonalizan. Pero claro, el encuentro con la ternura y el goce de lo íntimo, implica un forzoso acercamiento al otro, un previo reconocimiento de la alteridad y sus vicisitudes como sujeto.
Esa búsqueda del otro para conseguir nuestro propio goce es siempre complejo y no exento de dolor y posibles frustraciones. Lo fácil es el atajo hacia el placer sensorial sin pasar por el Otro. Y así nos va, por lo menos a nosotros, a quienes vivimos en la cultura del dinero, de los objetos fabricados para ser consumidos y de un sujeto desfalleciente que se autoconsume.
Cada vez vemos más "clínica del vacío y de las adicciones" y más síndromes del espectro autista.

Los adultos fumaban, escupian y se emborrachaban, pero en nuestras casas se nos inculcaban buenos modales con los semejantes en los espacios comunes, como las calles. Aunque no me hacía la menor gracia tener que besar la mano del cura, cuando se cruzaba en nuestro camino.
La calle era ese enorme patio para jugar y disfrutar de ciertas gamberradillas como "tocar" los timbres en los portales de las casas o quitarle el taponcillo a los neumáticos de los coches.
En verano, algún vecino sacaba el tocadiscos a la calle y bailábamos. Veo como se les ilumina el rostro de felicidad a muchas personas cuando refieren que se habían criado en la calle.

Nuestros adolescentes han cambiado el biberón por la "litrona" y/o los porros y marcan su territorio, cuyo límite se extiende tan allá como alcancen las latas, botellas y demás desperdicios que arrojan al suelo, ese espacio común que se utiliza como gran váter en el que desplegar la analidad colectiva.

Todo este preámbulo viene a cuento de que la madrugada del domingo pasado, cuando una señora que trato, regresaba a su domicilio, tras una velada bailando sevillanas en la Feria de Abril de Barcelona, que parangonea la de Sevilla. Le salieron al cruce un grupo de jóvenes que llevaban su propia fiesta a cuestas y bromeaban animosamente. Uno de ellos, que apenas soprepasaba los 20 años, le increpó: ¡Señora! Por unos instantes le pasó por la cabeza que le iba a preguntar por la ubicación de una discoteca cercana a su hogar. Sin embargo, ante su sorpresa, el mozalbete espetó: ¿quiere usted follar conmigo?
Ella, que es una persona muy inteligente, con buenos reflejos y agilidad mental le contestó:
Pero si podrías ser mi hijo..., es más, incluso mi nieto, que, por cierto, cumple el lunes los 3 añitos, que debe ser más o menos tu edad.
¡Bravo! El grupito, que se había presentado en una especie de exaltación maníaca, se alejó compungido y en silencio.
Aunque se trata de un acto de violencia de baja intensidad, no deja de ser francamente perturbador para alguien que volvía a su casa, envuelta en el embrujo de las castañuelas.

Se trata de una menudencia comparado con las auténticas barbaridades y salidas de tono que vemos a diario en nuestras calles, metros, trenes, conciertos o dentro y fuera de las discotecas.
Sin embargo, no deja de ser una ejemplificación que nos muestra cómo se han borrado las barreras generacionales, las diferencias sexuales y la total ausencia de Ley paterna.
La obscenidad en este caso no radica en la naturaleza de la proposición, que, en definitiva consistía en ofrecer masturbarse en el interior de esta señora con medio siglo de experiencia, sino que la problemática deriva de la no represión de la pulsión, de la no sublimación de un deseo inconsciente que debió de tener un antecedente con su propia madre, y que no debería haber accedido al preconsciente para apropiarse de la palabra, como arma de descarga de la emoción sádica. No pretendía hacer algo agradable, íntimo y consentido con una mujer, sino asustarla, mostrar un poder sobre ella para intimidarla y dagradarla, algo así como se habría sentido él, caso de que a sus 12 años, su madre le hubiese sugerido: ¡Hijo! ¿quieres follar conmigo?

Si deseáis profundizar un poco más en los temas relacionados con la violencia y la perversión, os recomiendo que entréis en la web de la Asociación a la que pertenezco: historia-psicoanalisis.es y en el apartado de publicaciones encontraréis un magnífico trabajo de nuestro colega el Dr.Yako Román Adissi "Violencia: una manifestación de la perversidad"

Muchas gracias por seguir mi blog y vacunáos contra el virus de la mediocridad que nos rodea.

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