La no escucha es una actitud generadora de violencia. Cuando esa no escucha va dirigida a nosotros mismos, se convierte en una fuente de conflictos internos; de hecho, los síntomas psicológicos son una forma “violenta” de tratar de resolverlos.
Escuchar va cualitativamente algo más allá que “oir”, significa ofrecerse como continente de lo que viene del otro y aceptar la posibilidad de ser modificado o transformado por dicha comunicación.Saber escuchar a los hijos es muy importante para poder dinamizar los conflictos, sean de tipo escolar, familiar o de índole personal.
Semejante conveniencia de escucha puede extrapolarse a las relaciones de pareja, laborales, de vecindad o sociales en general. Si los políticos se escuchasen en lugar de agredirse, iríamos todos mejor.
Quien no escucha impone forzosamente un modelo relacional que puede ser vivido como autoritario, abusivo o prepotente. El otro se siente agredido por la no escucha y, por lo tanto, más cercano al comportamiento violento, ya que ese movimiento interno que es la violencia, no encuentra sus cauces naturales de evacuación, a través del pensamiento, el gesto, la emoción, o una combinación de todas ellas.Los médicos “oyen” los síntomas de etiología psicológica de sus pacientes y les recetan psicofármacos que, en muchos casos habrán de tomar muchos años o de por vida, pero no escuchan la demanda real de esa persona y, raramente les recomiendan una psicoterapia.
En este sentido, los médicos que ya han abandonado la escucha en profundidad, corren el riesgo de ser sustituidos en el futuro por máquinas a las que dictaremos nuestros síntomas y nos expenderán las recetas casi simultáneamente.El suicida no siempre fue escuchado adecuadamente antes de su fatal determinación, ni tampoco el asesino “indiscriminador”, como este caso reciente de un estudiante coreano que asesinó a más de 30 colegas suyos de la Universidad de Virginia.
Llevaba mucho tiempo dando claras muestras de su inadaptación social y mostrando conductas, cuando menos preocupantes.Nadie le escuchó, ningún profesional responsable ni académico ni sanitario (psicólogo o psiquiatra) habló con él para poder evaluar el grado de deterioro mental presente en dicho sujeto o las posibilidades de un brote psicótico o cualquier otra conducta patológica.
Cuando cometió un intento de suicidio se limitaron a tenerle ingresado unos días y a despacharlo con un cóctel de ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos, sin obligarle a un control de seguimiento y una psicoterapia que trabajase con él lo que le estaba pasando.
Luego ya sabemos todos lo que ocurrió, pero de eso ya casi nadie se acuerda y sólo queda esperar cuándo y dónde eclosionará la próxima tragedia y su subsiguiente ataque de “amnesia colectiva”. Si hoy percibimos más violencia que en otras épocas es debido, entre otras razones, a que la escucha ha ido perdiendo terreno a favor de las imposiciones, los abusos y el ordeno y mando.
José Toledo. Huesca , mayo de 2007
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