Convengo con el profesor y filósofo Norbert Bilbeny en que más que una crisis de valores nos encontramos ante una gran crisis normativa.Nos saltamos a la torera todo tipo de normas y convencionalismos sociales, si bien es cierto que esas mismas personas que las infringen, pueden tener perfectamente preservados lo esencial de los grandes valores humanos.
Uno de los hechos explicativos proviene de la devaluada concepción que tenemos del prójimo, de ese “otro” que más que el posible amigo o compañero con el que colaborar, aparece como el contrincante a batir o un obstáculo en el camino de nuestra ambición personal.
El encuentro amoroso y las relaciones de pareja no se libran tampoco de estos fenómenos psico-sociales.Por doquier se escuchan comentarios del estilo: “anda que si volviese a pillar los 20 tacos me iba yo a casar, me pasaría el día f…..(se imaginan) con unas y con otras, como hacen ahora los jóvenes.”¿Nos hemos perdido alguna bicoca las generaciones de los 50 y anteriores?.
Cuando dos jóvenes se acaban de conocer en una discoteca y después de desinhibirse con la ayuda del alcohol y las drogas o sin ellas, se van a tener relaciones sexuales hoy contigo y mañana con otro-a sin poder salirse de ese guión ¿es eso hacer el amor o tiene más que ver con la masturbación? ¿no se estarán utilizando mutuamente? ¿no se estarán ofreciendo ambos como objetos sin que nadie actúe como sujeto? ¿no se estarán calmando las recíprocas angustias existenciales?
Después de un período de este tipo de actuaciones ¿no deja una sensación de vacío, de hastío y de mayor confusión aún respecto a nuestra propia identidad? ¿no estarán asustándose y desencantándose los chicos y desvalorizándose ellas, ofreciéndose tan a la ligera?
En la cultura de la inmediatez también le negamos el tiempo al amor, ese espacio-momento mágico en el que nos adentramos en los límites del otro, de esa belleza que nos ha impactado y que nos invita al cortejo, a la caricia de la mirada, a la observación del mínimo detalle, a las aproximaciones y alejamientos consentidos y deseados por ambas partes.
Todo ese juego tan necesario, pues no olvidemos que cuando dos cuerpos se unen, también lo hacen sus respectivas mentes, psiquismos que para alcanzar el auténtico goce que provee la capacidad de amarnos y que va más allá del orgasmo, nos demanda generar vínculos en ese encuentro, no huir del compromiso, el respeto y cuidado del otro, la construcción de algo más sólido y concreto que la intrusión violenta en el interior de otra persona.
Estas relaciones basadas en la continua promiscuidad e indiferenciación, ni ayudan a madurar, ni llenan, ni satisfacen plenamente, no son más que otro engañoso “remedio” autocalmante para una sociedad que no tolera el dolor psíquico que conllevan la muerte , la vejez, la espera o la frustración.
Tampoco quiero transmitir un mensaje excesivamente pesimista, pues el “cuerpo social” al igual que el humano, posee su propio sistema inmunitario, lo que permite que junto a una juventud que se extravía, exista otra que con sus ideales, sus sueños e ilusiones, luchan para que la vida tenga sentido y podamos seguir gozando de la belleza del mundo.
José Toledo.
Escritos de psicología y de opinión de un Psicólogo Clínico formado en Ciencias Sociales y Políticas
sábado, 12 de septiembre de 2009
La violencia y la no escucha
La no escucha es una actitud generadora de violencia. Cuando esa no escucha va dirigida a nosotros mismos, se convierte en una fuente de conflictos internos; de hecho, los síntomas psicológicos son una forma “violenta” de tratar de resolverlos.
Escuchar va cualitativamente algo más allá que “oir”, significa ofrecerse como continente de lo que viene del otro y aceptar la posibilidad de ser modificado o transformado por dicha comunicación.Saber escuchar a los hijos es muy importante para poder dinamizar los conflictos, sean de tipo escolar, familiar o de índole personal.
Semejante conveniencia de escucha puede extrapolarse a las relaciones de pareja, laborales, de vecindad o sociales en general. Si los políticos se escuchasen en lugar de agredirse, iríamos todos mejor.
Quien no escucha impone forzosamente un modelo relacional que puede ser vivido como autoritario, abusivo o prepotente. El otro se siente agredido por la no escucha y, por lo tanto, más cercano al comportamiento violento, ya que ese movimiento interno que es la violencia, no encuentra sus cauces naturales de evacuación, a través del pensamiento, el gesto, la emoción, o una combinación de todas ellas.Los médicos “oyen” los síntomas de etiología psicológica de sus pacientes y les recetan psicofármacos que, en muchos casos habrán de tomar muchos años o de por vida, pero no escuchan la demanda real de esa persona y, raramente les recomiendan una psicoterapia.
En este sentido, los médicos que ya han abandonado la escucha en profundidad, corren el riesgo de ser sustituidos en el futuro por máquinas a las que dictaremos nuestros síntomas y nos expenderán las recetas casi simultáneamente.El suicida no siempre fue escuchado adecuadamente antes de su fatal determinación, ni tampoco el asesino “indiscriminador”, como este caso reciente de un estudiante coreano que asesinó a más de 30 colegas suyos de la Universidad de Virginia.
Llevaba mucho tiempo dando claras muestras de su inadaptación social y mostrando conductas, cuando menos preocupantes.Nadie le escuchó, ningún profesional responsable ni académico ni sanitario (psicólogo o psiquiatra) habló con él para poder evaluar el grado de deterioro mental presente en dicho sujeto o las posibilidades de un brote psicótico o cualquier otra conducta patológica.
Cuando cometió un intento de suicidio se limitaron a tenerle ingresado unos días y a despacharlo con un cóctel de ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos, sin obligarle a un control de seguimiento y una psicoterapia que trabajase con él lo que le estaba pasando.
Luego ya sabemos todos lo que ocurrió, pero de eso ya casi nadie se acuerda y sólo queda esperar cuándo y dónde eclosionará la próxima tragedia y su subsiguiente ataque de “amnesia colectiva”. Si hoy percibimos más violencia que en otras épocas es debido, entre otras razones, a que la escucha ha ido perdiendo terreno a favor de las imposiciones, los abusos y el ordeno y mando.
José Toledo. Huesca , mayo de 2007
Escuchar va cualitativamente algo más allá que “oir”, significa ofrecerse como continente de lo que viene del otro y aceptar la posibilidad de ser modificado o transformado por dicha comunicación.Saber escuchar a los hijos es muy importante para poder dinamizar los conflictos, sean de tipo escolar, familiar o de índole personal.
Semejante conveniencia de escucha puede extrapolarse a las relaciones de pareja, laborales, de vecindad o sociales en general. Si los políticos se escuchasen en lugar de agredirse, iríamos todos mejor.
Quien no escucha impone forzosamente un modelo relacional que puede ser vivido como autoritario, abusivo o prepotente. El otro se siente agredido por la no escucha y, por lo tanto, más cercano al comportamiento violento, ya que ese movimiento interno que es la violencia, no encuentra sus cauces naturales de evacuación, a través del pensamiento, el gesto, la emoción, o una combinación de todas ellas.Los médicos “oyen” los síntomas de etiología psicológica de sus pacientes y les recetan psicofármacos que, en muchos casos habrán de tomar muchos años o de por vida, pero no escuchan la demanda real de esa persona y, raramente les recomiendan una psicoterapia.
En este sentido, los médicos que ya han abandonado la escucha en profundidad, corren el riesgo de ser sustituidos en el futuro por máquinas a las que dictaremos nuestros síntomas y nos expenderán las recetas casi simultáneamente.El suicida no siempre fue escuchado adecuadamente antes de su fatal determinación, ni tampoco el asesino “indiscriminador”, como este caso reciente de un estudiante coreano que asesinó a más de 30 colegas suyos de la Universidad de Virginia.
Llevaba mucho tiempo dando claras muestras de su inadaptación social y mostrando conductas, cuando menos preocupantes.Nadie le escuchó, ningún profesional responsable ni académico ni sanitario (psicólogo o psiquiatra) habló con él para poder evaluar el grado de deterioro mental presente en dicho sujeto o las posibilidades de un brote psicótico o cualquier otra conducta patológica.
Cuando cometió un intento de suicidio se limitaron a tenerle ingresado unos días y a despacharlo con un cóctel de ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos, sin obligarle a un control de seguimiento y una psicoterapia que trabajase con él lo que le estaba pasando.
Luego ya sabemos todos lo que ocurrió, pero de eso ya casi nadie se acuerda y sólo queda esperar cuándo y dónde eclosionará la próxima tragedia y su subsiguiente ataque de “amnesia colectiva”. Si hoy percibimos más violencia que en otras épocas es debido, entre otras razones, a que la escucha ha ido perdiendo terreno a favor de las imposiciones, los abusos y el ordeno y mando.
José Toledo. Huesca , mayo de 2007
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