martes, 2 de junio de 2015

Pitar el himno

No pensaba escribir sobre un tema tan banal, pero yo estaba allí, en ángulo recto con su Majestad, a unos 100 metros de distancia y 90.000 personas más. Asistimos "in situ" a uno de esos maravillosos goles de la factoría Messi y a una plácida final donde el Barça dió un recital de buen fútbol.
Durante el día, las calles habían sido tomadas por los más de 60.000 aficionados del Atleti de Bilbo, que se habían desplazado a la ciudad condal, muchos de ellos sin entrada al estadio.  Tomaban cervezas y compartían fotos con una complicidad, armonía y buen rollo, que sería impensable en una hipotética final con el Real Madrid.

Himno, bandera y uniformes actúan como una segunda piel que refuerza nuestro narcisismo identitario. Son símbolos sociales que cuando participan del imaginario colectivo, generan una sensación de pertenencia a un grupo social o nación.  Pero no es el caso de España, donde se reformó el escudo y símbolos de la bandera de la dictadura, pero se mantuvo el himno. ¿Efecto psicológico de continuidad?

Miles de personas silbando o pitando a la vez desafía de largo la normativa municipal relativa al nivel de ruido permitido por las noches.  El volumen de decibelios era tan elevado que tenía que taparme los oídos, pues me dolían. Me quedé sin escuchar ese insulso himno sin letra que representa a España y tampoco pude oír el himno vasco ni el catalán.

El gobierno piensa en castigarnos y si hace falta cambiar la ley que argumenta que esa acción forma parte de la libertad de expresión de un pueblo supuestamente libre. En la capital están asombrados de que con la "mordaza" puesta hayamos sido capaces de soplar.  Están barajando la posibilidad de identificarnos a todos con la foto de la supercámara y quizás con la ayuda de Google earth. Dudo que salga muy favorecido tapándome las orejas, pero igual les compro la foto para tener un recuerdo.

Este país hizo una chapuza de transición, una chapuza de Constitución y una omisión total de la necesidad de finiquitar la guerra civil de una forma honrosa para el bando republicano, que no olvidemos que aunque figuran como los "malos", eran los que defendían el gobierno que había salido de las urnas.  Somos especialistas en chapuzas y así nos va.  Aquí a todo mal le recetan tiempo, que pase el tiempo y traiga el olvido, pero esa frase de que el tiempo lo cura todo es una gran mentira, pues ya Freud lo dejó muy claro cuando afirmaba que si el pasado no se elaboraba, estaba uno condenado a repetirlo.

Todos mis compañeros de asiento exponían sus razones para la pitada y todos coincidían que no era al himno en sí a lo que silbaban, sino a la corrupción, al retroceso de las libertades, a la pérdida de los derechos laborales, a un Estado prepotente que no escucha a las nacionalidades históricas y no quiere cederles la libertad de autodeterminación. No eran irrespetuosos, no eran incultos, son gente normal y trabajadora, que quieren que se les trate como ciudadanos libres y responsables y que están hartos de que en el 2015 seguimos arrastrando los mismos problemas de siempre, a los que se les pretende lavar la cara o tergiversar.  Y con represión, multas, sanciones, amenazas y demás argucias no hacemos más que agravar las cosas.  La calle, que es mucho más ágil y creativa que estos políticos de tres al cuarto, ya había sacado un chiste que me enviaron por whatsApp al día siguiente del partido:

        "Oye Patxi, ¿tu sabes porqué el himno español no tiene letra?
          Pues porque se silba, joder!!!

A los aficionados a las hemerotecas les recordaré que hace unos 3 años en Madrid se pitó a La Marsellesa y no pasó nada, ni Francia nos declaró la guerra, y remontándonos algo más en el tiempo, el antiguo campo del Barça de Les Corts, fue clausurado durante la dictadura de Primo de Rivera, porque el público dedicó una sonada pitada a la Marcha Real.  Y en Madrid siguen sin enterarse de que en Barcelona, aunque hay de todos los colores, la mayoría somos republicanos.

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