viernes, 23 de enero de 2015

En contacto con lo ausente, omisión de lo presente. Un fluir sin historicidad

Quienes llevamos décadas pisoteando las calles hemos podido percibir su progresivo deterioro como espació común.  De las casas con puertas entornadas donde accedía uno libremente a pedir algo de aceite, una pizca de sal o perejil, hemos pasado a los fortines con infinitas cerraduras, alarmas varias y vecinos que no te dan ni los buenos días.
La calle ha dejado de ser el lugar de encuentro de los vecinos, de la charla, del cotilleo. Ha dejado de ser esa suerte de espacio transicional, en el sentido winnicotiano, entre lo público y lo privado, esa especie de preconsciente entre lo pulsional reprimido y la conciencia de realidad del mundo y la de cada cual.

El piropo era muchas veces una guisa de carta de presentación que justificaba el acercamiento a una chica y un reto para doblegar la timidez y la intimidación que impone la belleza y encantos de lo femenino para quienes aman a las mujeres (también puede ser de nuestro agrado la parte femenina del hombre).
Haber sido un niño precoz en algunas cosas me perjudicó bastante, y recuerdo que mi primer piropo a una niña me costó un disgusto.  El maestro interceptó una misiva que le hice llegar a una niña que me gustaba, a través de las manos de mis compañeros de aula.  En el trozo de papel escrito en lápiz podía leerse:  "Estapé, eres muy guapa"  (la conocía por el apellido).   A mis 11 años de edad, mi gallardía fue premiada con un generoso sopapo de mi maestro fascista de turno, que tuvo a bien exponerme al ridículo ante toda la clase.

El último chasco, (y es que no escarmiento) fue hace ya bastantes años, cuando al cruzarme con una hermosa señorita le espeté:  "Felicita a tu madre por lo bonita que te ha parido", a lo que respondió ella con otro "piropo" ¡Vete a la mierda, hijo puta!
Si hay algo a lo que no puedo sustraerme es al arrobamiento negativo que me produce la percepción de que tras una fachada tan hermosa, pueda esconderse tanta fealdad.  Una mujer bonita usando un lenguaje grosero y vulgar, me produce un violento impacto.

Cierto es que existen piropos de muy mal gusto, soeces e inapropiados, que son auténticos insultos y eso es inadmisible. Pude haber ofendido a esa muchacha sin pretenderlo, caso de ser huérfana.
En ocasiones he conjeturado sobre cómo debe de sentirse una mujer tenida por muy inteligente y que los hombres sólo alaben su belleza.  Un ser tan complejo y completo como la mujer está expuesto a este tipo de encrucijadas.

La flamante y profunda psicoanalista lacaniana, cuya belleza irradia inteligencia, la doctora Mercedes de Francisco, menciona en su hermoso libro "Un nuevo amor", la verificación por parte de los estudiosos del tema, de la decadencia de los lazos entre los sujetos, fundamentalmente en los lazos amorosos.
Han visto cómo el amor se ha ido transformando en un acuerdo contractual de mercado, a consecuencia del capitalismo más salvaje y su anudamiento con la ciencia.  Ya Freud nos decía que cuando el amor está desvalorizado en una civilización, esto indica que dicha civilización está en decadencia.

El primer piropo humano es la calidez de la mirada del bebé a los ojos de su madre, piropo mutuo, brillo dorado del amor más profundo, resplandor que algunas mujeres han perdido cuando traen al mundo hijos-muñeco-compañía, alejados del deseo y del chispazo amoroso hombre-mujer.
El piropo tiene su origen en el "impacto estético" del que nos hablaba el doctor Donald Meltzer en el encuentro madre-bebé y si es elegante es bien recibido por la mujer en general, salvo alguna machorra feminista, que también las hay.  El piropo exalta la belleza y la alegría de vivir y, por tanto, no debiera erradicarse, salvo que pretendamos un mundo aburrido, triste y gris. A modo de conclusión, me gustaría deleitaros con un hermoso "poema-piropo" de Gutierre de Cetina, poeta lírico del siglo XVI.
                                                          Madrigales

                                                  Ojos claros, serenos,
                                                  si de un dulce mirar sois alabados,
                                                  ¿por qué, si me miráis, miráis airados?
                                                  si cuanto más piadosos,
                                                  más bellos parecéis a aquel que os mira,
                                                  no me miréis con ira,
                                                  porque no parezcáis menos hermosos.
                                                  ¡Ay, tormentos rabiosos!
                                                  ojos claros, serenos,
                                                  ya que así me miráis, miradme al menos.

Salud, amor y piropos para todos, que a los hombres también nos gusta ser halagados.

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