En un artículo de La Vanguardia del 4 de noviembre de este año que se despide hoy, comentaba el periodista Miguel Lois que una decena de exjugadores de la NBA de entre 48 y 65 años, han fallecido este 2015.
Mencionaba una no despreciable lista de antiguas estrellas del baloncesto americano y se preguntaba si ¿casualidad o causalidad?, al tiempo que esgrimía ese recurrido tópico actual de "han saltado las alarmas" sobre el fenómeno en sí. Han saltado las alarmas sobre tantos y tantos temas, que lo único que hacemos es dedicarle unos instantes de nuestra atención, espetamos algo así como ¡caray! y, seguidamente desconectamos la alarma y a otra cosa mariposa.
¿A quién le importan unos exjugadores de baloncesto del siglo pasado, por muy famosos que hayan sido? En los tiempos que corren, que en realidad están estancados, todo pasa a ser pasado, sin apenas haberse erigido presente. Habría que preguntarse sobre qué cosas pueblan nuestro actual imaginario colectivo.
Parece ser que se pagan ahora los descontroles de hace 3 décadas, donde había barra libre de consumo de todo tipo de anabolizantes y demás sustancias, de las que ni siquiera hemos llegado a tener noticia.
Tras la práctica deportiva, la mayoría de estos exprofesionales, abandonan el ejercicio físico sistemático y sus dietas correspondientes, por lo que aumentan mucho de peso, con los riesgos contra la vida que ello presupone. A este respecto mencionan a un tal Anthony Mason, que sin alcanzar los 2 metros de altura, pesaba 158 kg. cuando murió.
Como era de esperar nadie menciona los factores emocionales como inductores de estados depresivos que conducen al autoabandono de los cuidados personales, a la pérdida de la ilusión y deseo por la vida y el mundo.
Nadie menciona el tremendo revés narcisista que se llevan esos formidables jugadores de baloncesto, casi todos ellos endiosados por sus seguidores, y que pasan de estar en boca de todos y ocupando portadas en la prensa o televisión, al más absoluto olvido y silencio cuando ya dejan de pasar balones por el aro.
Se les explota unos cuantos años y se les abandona sin más. No se les prepara psicológicamente para su retiro profesional y su nueva situación ante la vida. No se suele producir esa transición de la práctica activa del deporte, a una labor también útil en los servicios técnicos del club, en la figura de preparador físico o entrenador, como ocurre muchas veces entre los futbolistas. Al fin y al cabo, sólo saben de baloncesto y es lo único que llena y da sentido a sus vidas. Cuando se "jubilan", es como darles el permiso para desaparecer, pues su impresión subjetiva es que ahora son un estorbo o un problema.
No nos pueden decir de golpe que ya no servimos para nada porque ya no tenemos nada susceptible de ser explotado, como le ocurre a muchos trabajadores cuando se jubilan o los echan de sus trabajos con apenas 50 y poquitos años, y que no se les muestra otro horizonte que el camino de la demenciación (alzheimer u otras demencias), o la senda del cementerio de las exlaboriosas y fatigadas hormiguitas.
Cualquier deseo humano o necesidad pasa rápidamente a formar parte de los circuitos de explotación de este capitalismo salvajemente global que tenemos y que no hay más remedio que reformar profundamente si queremos que el mundo como tal sea sostenible y predomine la paz social.
Se invierte, aunque nunca lo suficiente y mucho menos en España en educación y medios para formar a nuestros jóvenes y poderles "explotar" a tope durante sus mejores años, pero algo se nos escapa en este circuito económico-social para que no sepamos aprovechar el potencial de sabiduría y experiencia de nuestra gente provecta.
Os deseo a todos un enjundioso y feliz 2016 y que no sea otro año más de los "indignados" por tanta corrupción e injusticia social.